domingo, 27 de noviembre de 2011

MARATON DE VALENCIA - 2011




RELATO SOBRE EL XXXI MARATON DE VALENCIA 2011

Esta vez fuimos todos puntuales, ¡¡Como se notaba que era una de esas grandes citas¡¡ A las 7 de la mañana, aun de noche y con esa sonrisa en las caras, mezcla de nervios e ilusión, nos fuimos saludando y nos organizamos en varios vehículos para desplazarnos desde Aldaia hasta el aparcamiento habilitado por la organización en el C.C. El Saler.

La llegada a la Ciudad de las Artes y las Ciencias coincidió con las primeras luces de la mañana. El día era fresco. Bien. No había ni rastro de las nubes que nos habían mantenido en vilo casi toda la semana. Bien. Y no hacía viento. Bien.

Los accesos a la “zona cero” ya comenzaban a ser un goteo incesante de locos como nosotros, llegados de todas partes, con sus coloridas equipaciones, con sus dorsales clavados con imperdibles la noche anterior, con las zapatillas cargadas de kilómetros y de sueños.

Todos pasábamos mirando de reojo la larga y espectacular pasarela azul, todavía impoluta y desierta, que emergía desde el agua y desembocaba en el arco del cielo, aunque sin querer mirarla demasiado, por aquello del mal fario, la vista se quedaba fija, perdida, imaginando nuestro paso por aquel escenario horas más tarde.

Las primeras fotos junto al Agora; los cafés de última hora; otro repaso a las provisiones de geles, barritas y demás pócimas que llevaríamos encima; el guardarropía; los saludos a los más cercanos de la élite, sus consejos de tomarlo con mucha calma; los autoconsejos de no acelerarse; las risas nerviosas para quitar los nervios, precedieron al sonido lejano de la megafonía que nos instaba en varios idiomas a ir ocupando los cajones de salida.

Había llegado la hora. El apretón de manos sincero, con los mejores deseos, el gesto de complicidad en los ojos brillantes de la despedida como si unas horas fuesen a ser largos meses. La música oficial y las piernas temblando….¿¿¿ las piernas temblando???... No, no eran las piernas,… era el puente el que temblaba con los primeros pasos de la marabunta. Al fondo, los estruendos de las carcasas, aquí la pólvora no podía fallar. A la derecha, multitud de gente que nos despedía al ritmo de los clics de sus cámaras digitales. A la izquierda, la otra marabunta, dando también sus primeros pasos, nos miraba con el pensamiento unánime de algún día empezar en este lado del puente.

Los primeros minutos siempre son importantes. Debíamos tratar de no dejarnos llevar por la euforia e ir cogiendo cada uno su ritmo previsto, avanzar cómodos, sin apenas esfuerzo y disfrutando. En nada, el cartel del Km.1, y el sonido del tabal y la dolçaina y los ánimos de la gente, enseguida el 2, que pronto, y el Puerto, y la otra marabunta que aparece y hace pensar que la ciudad se ha levantado y todo el mundo se ha puesto a correr al mismo tiempo. Y los pitufos y sus ánimos, genial. El olor a mar, y el 3. Los recuerdos de “Tranvía a la Malvarrosa”, y el 4. Y en el 5, el primer avituallamiento, todos aunque sin sed a beber al menos los dos tragos aconsejados. ¿Y las botellas de bebida isotónica? ¿Estarían en el 10?

Así, casi sin darnos cuenta, nos íbamos comiendo los kilómetros, casi como con un piloto automático puesto, sin sufrir; Av. Blasco Ibáñez, el 6 y el 7; las universidades el 8, y el 9, antes de Mestalla. En el 10 de nuevo se agolpaba el público que nos había visto partir en la salida, y nos animaban y gritaban con más fuerza, sabiendo que hasta más allá del 31 no nos volverían a ver.

Los kilómetros siguientes iban a ser de los que más disfrutamos. El correr por las calles del Centro histórico siempre es un privilegio. El oír los comentarios de los corredores que visitan la ciudad por primera vez, el ver a los que alzan la vista para contemplar los edificios más emblemáticos, te hacen sentir como el anfitrión que desea mostrar lo mejor de su casa. La calle de la Paz, el 12; el Ayuntamiento; Correos; el Teatro Principal, el 13; la calle Colón, siempre abarrotada de gente que va y que viene cargada de compras y hoy desierta; la estación del norte y el 15 en Guillén de castro; y en el IVAM el 16…

A estas alturas de la carrera ya se habían formado infinitos grupos homogéneos, compañeros desconocidos de viaje que los ritmos hacen rodar juntos durante muchos kilómetros, con algunos incluso, hasta el final. Las grandes avenidas; los edificios más modernos; el 19; los ritmos africanos en el Bioparc; el 20. Los saludos de amigos y familiares que por sorpresa aparecen en la Avda. del Cid y el 21…

… El 21, el medio maratón, el ecuador, el momento en el que ya nos queda menos de lo que ya hemos hecho. Los gritos de autosugestión, de estoy fuerte, de a partir de ahora ya a descontar.

La música de “Carros de Fuego” nos acompaña durante varios kilómetros. La eterna Avda. Tres Cruces con su giro de 180º parece una gran pista de atletismo a la que hubiesen estirado para dejarla con una cuerda de 5 Km., del 21 al 26. Ya deben empezar a hacer efecto los geles y barritas tomados en la media.

Los kilómetros van pasando y las piernas lo van notando. La curva para enfilar todo el margen del río, el 27; los temidos túneles rompe-ritmos; las Torres de Serranos, el 29; y el cartel del 30 en el Puente del Real… Dicen los más veteranos que el maratón comienza aquí; que lo hecho hasta ahora apenas cuenta; que si las sensaciones son buenas terminarás bien y que si aquí llegas forzado lo pagas hasta el final. Todos esos consejos nos los vamos repitiendo mentalmente. Otro gel por si acaso en el 31.

Ya tenemos cerca el 32 donde nos esperan todos los nuestros para darnos el último impulso. Les sonreímos para tranquilizarles, pero en nuestras caras ya se marcan las huellas del esfuerzo. Si hemos llegado hasta aquí, hay que acabar, aunque el cuerpo diga basta, aunque las piernas manden parar, aunque salte de repente la lesión que nos ha llevado de cabeza el último mes y a la que habíamos conseguido engañar hasta este momento. Ya sólo quedan diez. ¡¡Pero qué diez!!

Uff, otra vez hay que alejarse del cogollo, del tumulto, del griterío, de la compañía, bueno...ya lo sabíamos, será porque la penitencia si es en solitario redime más. Y el 33; y otra vez el Campus de Taronjers, el 34; y las vías del tranvía y gente parada en el 36; y el grupo que nos saludó en el 5 a ritmo de guitarra eléctrica y batería que lleva toda la mañana tocando; y por las Arenas el 37; y más gente parada intentando poner en su sitio los malditos gemelos duros como piedras. Y más glucosa, aunque su efecto milagroso parece que dura tan solo unos pocos metros.

De nuevo el Puerto, y el 38; y los Pitufos ya descoloridos que ponen las palmas de sus manos esperando las nuestras. Y a desandar los primeros pasos de la mañana. Y más gritos de ánimo personalizados de niños que leen nuestro nombre en el dorsal. Y ganas de unirte al que va delante para que tire de ti; es el 39. Y el de atrás que se une a ti para que tires de él.

A lo lejos otro cartel, éste sí, éste ya lleva el cuatro delante. Km. 40. El Museo de las Ciencias, a la izquierda, ya tira de nosotros como un imán, pero otra vez hay que alejarse, esto no acaba nunca, para desear aún más al 41. Y bajada al cauce en entrada triunfal.

El último es un baño de gloria entre la multitud que se agolpa a ambos lados del pasillo. Y Recaredo Agulló que ya se oye allí al fondo. Y el 42. Y las piernas que ahora sí, van solas, sobre el AZUL. Y la mirada a las gradas. Y el gesto agónico pero feliz, alzando los brazos como el del póster.

(*) Para Isabel, Paco, Fernando, Antonio, Feli, Cesar, Nico, Manu y Alfonso, porque especialmente vosotros sabréis entender lo que he querido contar.



Javier Aguilar
C.A. Sense Limits





1 comentario:

  1. Vaya me habéis emocionado con vuestro relato
    Recaredo Agulló

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